“La convergencia es una imposibilidad política”

    Ideas y debates |

    Por María Teresa Lavayén


    James R. Peterson
    Foto: Gabriel Reig

    El doctor James R. Peterson es un abogado que trabajó para firmas contables durante 40 años. Sus evaluaciones sobre la evolución de la actividad, sobre los hechos que la sacudieron en los últimos años y sobre el modelo actual de negocios son producto de su larga experiencia trabajando con y para auditores. Son originales, nada complacientes y seguramente no todas del agrado de la profesión. Peterson recibió a Mercado en oportunidad de su conferencia “El futuro de la auditoría y los reportes financieros: Lecciones que emergen de un tiempo turbulento”, realizada en Buenos Aires.

    –¿Sigue avanzando o está estancado el proceso de convergencia en las normas que rigen los reportes financieros estándar en todo el planeta? (Normas Internacionales de Información Financiera, IFRS según la sigla en inglés).
    –Mi visión no es necesariamente convencional. Miro los pronunciamientos de los reguladores en el mundo, veo sus declamaciones a favor de la convergencia de normas contables, veo las dificultades políticas de lograr esa convergencia y veo que el cronograma de los debates se sigue postergando y postergando. Los compromisos de los reguladores nunca son lo suficientemente sólidos como para asegurar que la convergencia ocurra dentro de un plazo específico.
    Si uno lee sus declaraciones siempre dicen “tomaremos nuestra próxima decisión sobre convergencia en tal momento”. Como ejemplo pongo a la American SCC, que habla de un mapa de ruta para decidir los próximos pasos en convergencia. No dicen “vamos a decidir hacerlo”, sino “firmaremos ese cronograma para luego decidir si lo vamos a hacer o no”. ¿Ve? Pero hasta esa blandísima resolución depende de que para ese momento la FASB haya realizado una enorme cantidad de trabajo. Y si miramos para atrás, la FASB, con una agenda sumamente ambiciosa, nunca cumple sus plazos. Entonces solo en Estados Unidos la idea de que la SCC tome su próxima decisión en el momento que anunció es sumamente dudosa.

    –¿Han implementado algo hasta ahora?
    –El debate sobre convergencia es para decidir si las normas IASB (International Accounting Standards Board, la autoridad que promueve los IFR o International Financial Review), convergen o no con los GAAP (General Accepted Accounting Principles) de Estados Unidos y Reino Unido.
    Los estándares se están acercando, eso es un hecho, pero en algunos aspectos claves todavía están muy distantes. Por eso es importante distinguir si hablamos de apariencia de semejanza o de una verdadera adopción formal de código único para los reportes. En mi opinión, la segunda forma de convergencia es una imposibilidad política. En lo que nos queda de vida a todos los que estamos en esta habitación no creo que se haga realidad.
    Ya hablé de Estados Unidos. En Europa ocurre lo mismo. Porque la comunidad empresarial busca mantener la mayor discreción, control y responsabilidad posible en el ámbito de la empresa. Cuando en 2004 el escocés Sir David Tweedie, ahora retirado del IASB, presentó a la Comunidad Europea reunida en París un conjunto de normas únicas con componentes que los países rechazaban fervorosamente, el frío que se produjo en la sala se cortaba a cuchillo. En las calles, franceses y alemanes manifestaban contra su famosa Declaración 39 sobre contabilidad de derivativos. Este es un diálogo entre gente que no quiere escuchar. Los dos sistemas son diferentes y los dos públicos nunca van a coincidir. Entonces siguen postergando el debate.

    –Entonces, ¿la respuesta a la pregunta sería…?
    –Hay dos partes en la respuesta. Todos van a estar a favor de la convergencia “de la boca para afuera”. Dirán que la idea es magnífica pero trabajarán para que no ocurra.
    El otro tema es, ¿es tan importante que haya convergencia? Yo no soy contador. Soy abogado y toda mi carrera trabajé con la profesión contable, de modo que en áreas de gran complejidad me guío por el consejo de gente que sabe más que yo.
    Y lo que escucho de gente cuyo criterio respeto es que los principios contables se han vuelto tan complicados y tan difíciles dentro de sus propios sistemas, sea el GAAP en Estados Unidos, el GGAP en Gran Bretaña o los IFR que solo aplicar esos criterios y lograr las adecuadas respuestas técnicas dentro de un código se ha vuelto tan complicado que es imposible pensar que un solo código pueda aplicarse de manera uniforme en una empresa de cualquier país. Esta no es una respuesta convencional para personas a quienes les gustaría decir que el mundo sería más bello si pudiéramos tener un solo conjunto de estándares contables.

    –Hace un tiempo, la tendencia fue, en la mayoría de las grandes firmas auditoras, a separar el negocio de consultoría. Hoy todas tienen otra vez un capítulo de consultor. ¿Se han recreado las antiguas organizaciones o hay otra forma de consultoría en marcha, sobre otras materias?
    –El tipo de trabajo de consultoría que las firmas están ahora reconstruyendo es similar al que había antes de Enron. Pero hay diferencias. Uno es que los cambios en regulación después de Enron realmente pusieron punto final a las rigurosas exigencias de los reguladores de que los servicios de consultoría no fueran provistos a clientes de auditoría.
    El debate sobre si es o no apropiado lleva ya 40 años. La vieja firma Arthur Andersen era líder en esa área. La práctica Andersen Consulting era, por lejos, la más grande y la más diversa de todas las prácticas de consultoría. Yo creo que se debería permitir y fomentar dar servicios extra-auditoría a los clientes. Nunca se demostró que brindar otros servicios tuviera un impacto negativo en la calidad del trabajo de los auditores.
    Los que dicen que la calidad del trabajo del auditor se degrada al brindar servicios de consultor no piensan en cómo quedaría una firma si lo único que se le permitiera brindar a su cliente fuera auditoría.

    –¿Cuánto sabe el auditor del negocio de su cliente? ¿Está en condiciones de asesorarlo?
    –Cuanto más sabe uno acerca de su cliente más capacitado está para dar asesoramiento y yo diría que cuanto más diversos y amplios los servicios que se brinden al cliente más se sabrá y mejor se podrá asesorar. Si yo fuera rey del mundo aboliría todos los requisitos de independencia. Creo que no sirven para nada útil, la profesión no saca nada bueno de ellos y mientras estemos en un entorno donde el cliente paga las cuentas no es intelectualmente sólido discutir si el auditor es independiente o no. Solo hablamos de grados de percepción porque si uno acepta ese pago está en una relación comercial con el cliente.
    Las grandes firmas están todas tratando de crear prácticas de consultoría pero no pueden atender a sus clientes de auditoría. Esa es una limitación artificial. Si un consultor joven quiere triunfar, ¿por qué habría de interesarle una auditoría, que tiene parte del mercado prohibido? El lugar ideal es una consultoría pura, que puede asesorar a todas las empresas.

    –Entonces usted cree que el auditor está en una muy buena posición para asesorar a su cliente.
    –Debería estar en una muy buena posición y discrepo con esta idea de prohibirle dar otro tipo de consejo a su cliente.

    –Un gran desafío es el que plantea la recurrencia del fraude, cómo detectarlo y cómo prevenirlo. ¿Se ha logrado avanzar en este terreno o la situación es más compleja que, por ejemplo, hace cinco años?
    –Las situaciones son mucho más grandes y mucho más dramáticas que antes. Si miramos los acontecimientos de los tres últimos años –los traumáticos acontecimientos en los servicios financieros y sus efectos en los mercados de crédito del mundo, vemos que la capacidad para detectar e impedir mala conducta en el área de informes financieros no ha mejorado en los 40 años que llevo en la profesión.
    Y sostengo lo que digo mirando la larga colección de instituciones que han fracasado o han sido reorganizadas o rescatadas en los últimos tres años. Comenzando por Bear Stearns y siguiendo con Merryll Lynch, Citibank, AIG, Lehman Brothers, General Motors, todas con sede en Estados Unidos.
    Después están las otras, los bancos en Inglaterra, los bancos irlandeses, alemanes, islandeses. Y luego fuera de las instituciones soberanas tenemos los efectos en los bancos en Grecia e Irlanda. Hoy se discute si Portugal tendrá efecto cascada sobre España. Y fuera del área de las instituciones financieras tenemos otros temas persistentes que son enormes y feos como Parmalat en Italia.
    Esto muestra la naturaleza global del problema. Uno mira la lista de los reportes de todas esas instituciones justo hasta el día en que explotaron y todos respondían a los requerimientos de las autoridades regulatorias. Los auditores no encontraban nada mal. Su opinión era la misma de siempre. Y sin embargo las instituciones estaban al borde del abismo.

    –¿Eso es lo que llaman “contabilidad creativa?
    –Eso es un tipo de contabilidad que no ayuda a que uno pueda detectar, predecir e impedir. Nada en el historial revelaba problemas. Son muy inteligentes, pero la pregunta es esta. Si lo que estamos pidiendo a nuestro sistema de reportes es ayuda para que evitemos –identifiquemos por lo menos– esos gigantescos desastres, y el sistema no nos la está dando, entonces, ¿está funcionando el sistema como debiera?
    Esa es una pregunta un poquito diferente de la que hizo usted sobre si la profesión contable ha hecho mejoras en cuanto a detectar e impedir conducta fraudulenta. Y mi respuesta es no. La profesión le dirá que ha mejorado mucho pero yo creo que no hay nada que lo demuestre. Nada que me ayude a creer que eso es verdad. Y no lo creo porque la historia nos sigue dando estos ejemplos de que la profesión no encuentra nada mal en situaciones que están mal.
    Entonces, está muy bien hablar de todo lo bueno que uno hace, pero muchas de las cosas que hacemos en la vida se vuelven rutinarias o avanzan por un camino feliz. ¿Eso es porque somos buenos para prevenir colapsos o simplemente porque tenemos suerte? Porque si no podemos distinguir entre ser bueno y tener suerte, ¿para qué servimos?

    –Esto nos lleva al tema de la responsabilidad limitada. Algunos dicen que los auditores son los únicos proveedores de servicios que tienen responsabilidad ilimitada.
    –Los únicos sujetos a reclamos lo suficientemente grandes como para destruirlos. Hay una pequeña diferencia. La agencias calificadoras como Moody’s, Standard & Poor’s y otras tampoco tienen límites en su responsabilidad, pero los sistemas legales no les hacen reclamos multimillonarios como a las firmas contables.
    Hay tres participantes en el proceso: agencias calificadoras, firmas contables y abogados. Pero en los sistemas legales más peligrosos –EE.UU., Reino Unido, Australia y Hong Kong– las jurisdicciones más peligrosas contra los profesionales proveedores de servicios, no hacen reclamos a las agencias de calificación.
    A los abogados tampoco se los enjuicia porque su trabajo se hace a puertas cerradas y el público nunca los ve como ve a los auditores. El problema es que las firmas contables solo tienen dinero para afrontar reclamos pequeños comparados con los que les hacen.

    –El tema de los reportes de sustentabilidad o de Responsabilidad Social Empresaria se vuelve cada vez más importante. ¿Plantea esto nuevos desafíos a los profesionales de la auditoría, cómo deben estar preparados para responder adecuadamente?
    –El mundo de los usuarios de la información está pidiendo nuevos tipos de reportes y de aseguración en los reportes. Temas como RSE, sustentabilidad, impacto ambiental y otros antes no se inclu­ían en los reportes como activos intangibles, como el valor de las patentes, de la marca, del liderazgo, pero ahora sí los usuarios lo reclaman.
    Desean tener mejor y más valiosa información en esa área. Esto presenta una enorme oportunidad para las firmas contables. Exige un tipo diferente de experiencia práctica. Esto nos remite al tema sobre qué tipo de talento hace falta para poder hablar sobre todo eso, cómo y dónde vamos a obtener los recursos humanos, qué calificaciones académicas deberían tener. Si vamos a hacer un reporte sobre las operaciones de una gran petrolera deberíamos hablar sobre política de reserva y eso requeriría los mejores ingenieros en petróleo.
    Hoy la profesión no está haciendo esto. En el actual modelo de negocios la función de auditar se ve como estrecha, como lo único que hay que hacer. Porque es lo que exigen los reguladores. Yo creo que la profesión está maniatada, pero con soga de oro si se quiere: a la gerencia de las firmas y a los socios les va bien, hacen dinero, están razonablemente prósperas entregando un producto tradicional pero muy estrecho de foco.

    –¿Qué es lo que permanece, y qué lo que ha mutado en el concepto de lo esencial en la tarea de auditoría?
    –La auditoría independiente fue inventada allá por 1850, en la Inglaterra y Escocia victorianas cuando accionistas e inversionistas de las grandes compañías de la era industrial advirtieron por primera vez que sus empresas habían crecido tanto que no las podían entender sin ayuda profesional externa.
    En realidad, la contabilidad y el control siempre formaron parte del comercio humano, son tan viejas como las empresas. Los primeros trabajaban para el rey, faraón o emperador, llevando la cuenta de las existencias para aplicar impuestos y para los comienzos del comercio. Pero auditoría en sentido moderno no comenzó hasta que las empresas no tuvieron accionistas que invertían, cobraban dividendos y retiraban su dinero.
    Entonces, en días de la reina Victoria los señores Deloitte, Price y Waterhouse inventaron la función. Antes de eso la contabilidad solamente se dedicaba a quiebras y transacciones inmobiliarias. Ellos inventaron la idea de entrar a una empresa y hacer una serie de procedimientos para ayudar a la gerencia a crear un reporte sobre la marcha de la compañía. Ese modelo no ha cambiado en 160 años. Si el señor Deloitte entrara hoy a esta oficina y le dieran un fajo de declaraciones financieras, tal vez habría que explicarle el negocio pero podría leer esos asientos y entender lo que el auditor está diciendo.

    –Entonces, si el modelo no cambió, ¿hay algo que sí cambió?
    –Cambiaron las necesidades. Lo que decíamos antes. Los pedidos de los usuarios de tener más, diferentes y mejores formas de reportes están señalando que el mundo ha cambiado. El mundo del consumo de información financiera ha cambiado radicalmente. Un modelo planteado por mí sugiere que no ha logrado evolucionar.
    No necesariamente los dinosaurios deben ser condenados a la obsolescencia. Algunos evolucionaron para convertirse en los pájaros que hoy amamos. Tienen dos opciones: o evolucionan de dinosaurio al viejo estilo para convertirse en un cóndor, o se vuelven obsoletos. Y las pequeñas bestias peludas de los bosques pueden crecer para convertirse en líderes extremadamente emprendedores de la próxima generación de firmas contables o pueden volverse obsoletos. La evolución demostrará cuál de las dos alternativas eligen.

    El fin de Arthur Andersen

    La firma Arthur Andersen quedó expuesta a reclamos mucho más grandes de los que podía afrontar. Si hubiera tenido que pagar ese dinero se habría desintegrado porque no lo tenía. La firma fue acusada de cargos criminales por inconducta en la oficina de Houston y ya estaba comenzando a desintegrarse cuando se le sumó el escándalo Enron y esos fueron los últimos clavos en la caja que provocaron la caída. Muchos creen que fueron los cargos criminales los que mataron a AA. Pero la firma se habría muerto igual. Fue como desconectarle el respirador a un enfermo terminal. Las cuatro grandes firmas contables de hoy se desintegrarían si las obligaran a pagar US$ 1.000 ó 2.000 millones en Estados Unidos. Parece mucho pero los reclamos son aún mucho mayores. Enron le pidió a AA una quiebra por US$ 67.000 millones. Si se redactara una ley para proteger a una firma contable tendría que fijar un límite tan bajo que sería inaceptable para los políticos.